«Lo que he intentado siempre transmitir a los alumnos es lo apasionante que puede ser mi materia; el hallazgo que se oculta tras nociones aparentemente obvias» David Díaz Soto – Doctor en Filosofía
David Díaz Soto es Doctor en Filosofía, historiador del arte, investigador y profesor universitario. En su formación, como bien dice «se dejo la piel» y constancia de ello son los tres galardones que recibió por su carrera otorgados por el Ministerio de Educación y la Universidad Complutense. Sus estudios de posgrado le llevaron a Baltimore (EEUU) y Berlín, ciudad a la que se siente muy ligado por su impresionante actividad cultural y a la que regresa siempre que encuentra la oportunidad.
Impartir clases en tres universidades españolas le ha hecho conocedor de defectos y virtudes de los diferentes programas educativos públicos y privados. En esta entrevista nos desgrana de su trayectoria profesional, su opinión sobre la situación actual de las humanidades y de la escena cultural en Europa y Estados Unidos.
Hablar con él siempre es un placer por la precisión y rigurosidad en la que se acerca a cada tema, pero también por la calidez y cercanía que transmite a su interlocutor.
– Eres Doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y también Licenciado en Geografía e Historia -rama Historia del Arte- ¿qué son para ti el Arte y la Estética y qué hizo que te decantaras por estos estudios?
Si me tomo literalmente tu pregunta, debería proponer ahora toda una definición, tanto del Arte como de la Estética. Pero hacerlo implicaría ofrecer toda una justificación teórica; y no sé si será ésta la ocasión apropiada para ello… En un plano más personal y menos pedante, diré que siempre, desde mi infancia, me fascinó el arte, o para ser más exactos, la expresión gráfica. Recuerdo, por ejemplo, que siempre que me cambiaban de colegio, o de grupo de clase, y tenía que entrar en contacto con gente nueva, inmediatamente me fijaba en la persona del grupo que destacaba por su habilidad para el dibujo, y trataba de hacerme amigo suyo. Y también intentaba emularle; pero generalmente eso era más bien para mi frustración, pues, a día de hoy, no creo haber sido agraciado por ninguna facilidad de ese tipo. Luego me llegó el interés por el cómic (en parte debido a la época: eran los inicios de los 80, y con la apertura cultural post-transición, aparecieron entonces muchas revistas especializadas, algún salón o feria dedicado al cómic, y se hacían esfuerzos mediáticos por difundir el gusto por el cómic y la historieta entre el gran público adulto, y por reivindicar su valor cultural ante las instituciones); aunque luego ese interés disminuyó por mi parte. El interés por la pintura, escultura y demás «Bellas Artes», se me despertó sólo después, ya de adolescente. Sin embargo, como ya dije, nunca estuve dotado para ninguna de ellas (muchos años después, asistí unos pocos años a una academia de dibujo y pintura bastante singular; aunque no pude sacar gran cosa, porque el planteamiento pedagógico allí era muy lento y exigente, y también muy caro para costeárselo). Para ser honestos quizá por eso llegué a plantearme cursar Historia del Arte como carrera universitaria; contra toda sensatez, pues en principio, en entorno familiar se suponía que yo estudiaría Derecho o Económicas para asegurarme un futuro estable y una vejez tranquila… En realidad, los estudios que cursé eran de Geografía e Historia, según un antiguo plan en el que sólo el cuarto y quinto año tenían una rama especializada de Historia del Arte (los tres primeros cursos se orientaban principalmente a la Historia político-diplomática generalista). Así llegué incluso a iniciar un doctorado en Historia del Arte, que luego no terminé.
«siempre, desde mi infancia, me fascinó el arte, o para ser más exactos, la expresión gráfica»
Lo cierto es que ese primer periplo universitario me dejó insatisfecho; el interés por las artes que esos estudios promovían era de carácter «anticuario», como diría Konrad Fiedler. Cierto que pasé entonces por profesores, muy distintos entre sí, que considero que me han dejado huella; como Valeriano Bozal, Ángel González… Pero en general, aquello difícilmente respondía al tipo de inquietudes que yo tenía por las artes, a las preguntas que yo me hacía sobre ellas. Recuerdo también con desazón la desorientación que teníamos los de mi promoción de estudiantes al iniciar luego los estudios de Doctorado (era en un Departamento de Historia del Arte Contemporáneo, que entonces era el que ostentaba mayor ambición teórica entre los departamentos de Historia del Arte de la Facultad) para abordar la lectura de cualquier texto de incluso un mínimo grado de complejidad: ¡no dábamos una a derechas! (Dicho sea de paso, mi experiencia posterior como docente universitario no me indica que la presunta «revolución docente» de las pedagogías activistas implantadas por el EEES haya mejorado esto ni un ápice; lamento contrariar a los militantes del activismo pedagógico). Mi decisión de embarcarme en una segunda licenciatura en Filosofía fue en parte «reactiva»: fue por reacción a mi insatisfacción con mis estudios precedentes. Lo que yo buscaba, tenía que ir a encontrarlo en otro sitio.
«Mi decisión de embarcarme en una segunda licenciatura en Filosofía fue en parte «reactiva»: fue por reacción a mi insatisfacción con mis estudios precedentes. Lo que yo buscaba, tenía que ir a encontrarlo en otro sitio»
Fue así como inicié mi segunda andadura universitaria de los estudios en Filosofía, ya con algo más de madurez y conocimiento de causa (y haciendo las cosas mejor, creo yo…). En principio, pensaba que de ese modo tendría ocasión de profundizar en la Estética. Pero luego no resultó así; al menos no durante el período de licenciatura, pues en la Facultad de Filosofía de la Complutense la orientación principal no es hacia ese área científica, sino que son otras las que predominan, digamos, más «clásicas»: Metafísica, Epistemología, Lógica (a diferencia, por ejemplo, del Departamento de Filosofía de la Autónoma de Madrid, donde precisamente hacia fines de los años 90 se decidió expandir el área de Estética…). Pero no importa; porque eso me dio, en cambio, la ocasión de descubrir muchas otras cosas, incluso ciertos intereses míos que yo mismo no sospechaba que pudiera tener. Así que, pese a todo, aquello fue para mí una experiencia intelectualmente apasionante. Y también algo agotadora, pues por entonces ya había comenzado el baile de San Vito de los cambios en los planes de estudios que hoy seguimos padeciendo, y éstos tenían ya una considerable hipertrofia de carga lectiva (aunque haya quien afirma taxativamente que los estudios en la Universidad española anterior al EEES eran una especie de paraíso de pasividad para vagos; de ningún modo era así, doy fe de ello). Luego, en los estudios de Doctorado que nuevamente inicié, sí tuve ya vía libre para dirigir mi atención a la Estética, aunque muy por mi cuenta y riesgo. En particular, me centré en cuestiones relativas a los fundamentos metodológicos de la Historia del Arte, vinculadas a los orígenes de una corriente en Teoría del Arte llamada «Formalismo»; pero también ligadas a la proto-historia de la Fenomenología austríaca y alemana, del Gestaltismo, y a otras cuestiones en las que no creo oportuno entrar ahora.
«eso me dio, en cambio, la ocasión de descubrir muchas otras cosas, incluso ciertos intereses míos que yo mismo no sospechaba que pudiera tener. Así que, pese a todo, para mí una experiencia intelectualmente apasionante»
Ahora bien, por intentar responder propiamente a tu pregunta (no vaya nadie a pensar que pretendo escurrir el bulto), aunque sea a título provisional y de modo algo precario, propondría lo siguiente. De la Estética, diría que se ha entendido de tres maneras principales: 1) como reflexión filosófica sobre la Belleza (más tarde, cuando pasa a concebirse la belleza en términos subjetivos, como categoría estética, esa reflexión se extiende a las demás categorías estéticas, sean de valencia positiva o negativa: lo sublime, lo feo, lo abyecto…); 2) como Filosofía del Arte, es decir, como reflexión teórica sobre ciertos productos culturales que tienen rasgos (siempre objeto de debate) que permiten caracterizarlos como «artísticos»; 3) como reflexión sobre la experiencia sensible, o más exactamente, sensorial (la que acontece a través de los sentidos; ya que respecto a la componente de reacción afectiva o emotiva, sería la primera acepción de la disciplina, en una concepción «subjetivizada» y típicamente moderna, la que tendería a tematizarla), lo cual respondería a la etimología del término aisthesis. A mí me interesan sobre todo las dos últimas concepciones. Pero estas tres maneras de entenderla no son las únicas, pues «Estética», como presunto nombre de una disciplina, es un término cargado de ambigüedad. Y sobre el Arte, tomado así en términos tan genéricos… sería realmente difícil pretender entrar ahora a definir el concepto: esa es nada menos que la pregunta fundamental de la Estética entendida como una Filosofía del Arte. Digamos que «arte» son una serie de productos culturales humanos, que tienen rasgos considerados «artísticos» y/o se presentan en contextos institucionales artísticos (con esto último no pretendo para nada suscribir la llamada «teoría institucional del arte, que prácticamente viene a identificar el arte con las instituciones sociales de carácter artístico; pero sí creo imprescindible recoger este aspecto en la caracterización). Los rasgos que se cuentan como «artísticos» son muy diversos, y no todos se encuentran siempre reunidos en todo objeto artístico: por ejemplo, el suscitar en el sujeto que lo contempla cierto tipo de placer (o más bien, varios tipos de placeres, vinculados a las «categorías estéticas» arriba aludidas, empezando por el «placer estético» que suscita lo bello); o el expresar los sentimientos del autor, la forma de pensar de su época, etc; o el transmitir contenidos de valor ético universales (esto sería difícilmente aplicable al arte moderno) o ideas (esto sería muy típico de cierta neo-vanguardia contemporánea); o el carecer de una funcionalidad práctica o social clara (aquello de la «finalidad sin fin» kantiana, que difícilmente puede aplicarse, por ejemplo, al arte medieval, o al arte del diseño industrial funcionalista); o el resultar original, innovador, o romper expectativas previas (esto es específico del arte moderno); o el elevar el grado de conciencia del sujeto e instarle a la crítica de la realidad dada; o simplemente, el proponer una experiencia sensorial que construye y explora un mundo de cualidades sensibles. Y tal vez estos no sean todos los rasgos posibles…
– También tienes formación profesional en música, tanto en clásica como en jazz. ¿qué te ha aportado esta formación a tus estudios de estética?
Pues como periplo académico de formación reglada, en ese preciso sentido me aportó poca cosa: fue decepcionante… (Como ves, la historia de mis estudios académicos, tanto universitarios como no-universitarios, en general, es más bien la de un desencuentro con la Estética). Mis clases de Estética y de Historia de la Música en los estudios de música se redujeron a que un simpático profesor de Percusión se sentaba en una silla, abría (según el caso) los manuales de Fubini o de Jay Grout, y nos leía la parte del texto que tenía ahí subrayada. Luego los alumnos entregábamos semanalmente nuestros propios resúmenes de esos mismos libros (¿»métodos de pedagogía activa…»?), y así se nos evaluaba y calificaba. No parece que el intento de aplicar los postulados del EEES a la educación musical en España ha mejorado esto posteriormente: por lo que sé, ahora, en ciertos conservatorios, las clases de Estética Musical consisten en la proyección de vídeos, sobre los cuales luego los estudiantes y el profesor debaten ad libitum. lo cual no creo que les lleve a ninguna parte. Colmaría todas mis aspiraciones el poder intervenir yo mismo en esta situación, ejerciendo como docente de esa asignatura en conservatorios. Pero por desgracia, eso es imposible: terminé el Grado Medio de música y obtuve este título, pero nunca llegué a obtener el título de Grado Superior; con lo cual, según la normativa actual, tengo entendido que no se me consideraría apto para presentarme a concursos de plazas de ese tipo. Después de haber practicado cuatro, cinco, seis y hasta ocho horas diarias de instrumento durante varios años de mi vida… Oficialmente, por lo que se ve, yo «no sé música». O, lo que me resulta casi más ofensivo, soy un mero «bachiller musical» (esta designación considero que es malintencionada por parte de las autoridades educativas, o de quien sea que, en su momento, la puso en circulación).
Cosa muy distinta es lo que me han aportado mis estudios de música, y en general, mi relación con la música, para mi comprensión de las artes y de la Estética. La experiencia directa de la práctica de un instrumento; la práctica de la escritura musical en diversos formatos, armónico-melódica, o a varias voces; la mera experiencia de escuchar acordes, identificarlos y probar a combinarlos; o el análisis auditivo de piezas musicales: todo ello me ha traído a conciencia que las artes, ya sea en la creación o en la recepción, implican siempre profundamente la dimensión sensorial. También me ha hecho consciente de la importancia de los procesos creativos específicos de cada disciplina artística, que son distintos en cada una de ellas. Todo eso puede parecer obvio, pero no siempre nos percatamos de ello (también hay quienes lo niegan, o lo toman como objetivo crítico-polémico; me refiero a los artistas conceptuales). Es una experiencia que difícilmente pueden reemplazar quienes se acercan a la Estética desde una perspectiva, digamos, libresca e intelectual, o quienes sí llegan a ella desde un interés cultural por las artes, pero sin haber practicado nunca ninguna de éstas (como suele ser el caso de quienes han cursado estudios de Historia del Arte: en general, en los planes de estudio que han realizado no suele haber nada que disponga la experiencia de una relación práctica semejante con ninguna disciplina artística concreta; es más, tampoco parece que a nadie le llame la demasiado la atención esta ausencia…). Y la relación que uno tiene con la disciplina de la Estética cuando hay de por medio alguna experiencia de ese tipo, obviamente, no pude ser la misma. Creo que lo ideal sería tener uno mismo experiencia propia en la práctica de aquellas artes de las que uno se ocupa desde la perspectiva teórica; yo, personalmente, sin eso, me siento un poco diletante. Hubiera querido procurarme una formación en dibujo, y también una en cine y vídeo, y de hecho, intenté hacerlo con ambas; pero circunstancias personales me lo impidieron. Por eso, de todas las artes, es la música la que me resulta más cercana.
«me ha hecho consciente de la importancia de los procesos creativos específicos de cada disciplina artística, que son distintos en cada una de ellas. Todo eso puede parecer obvio, pero no siempre nos percatamos de ello (…) Es una experiencia que difícilmente pueden reemplazar quienes se acercan a la Estética desde una perspectiva, digamos, libresca e intelectual, o quienes sí llegan a ella desde un interés cultural por las artes, pero sin haber practicado nunca ninguna de éstas»
– Durante tu carrera te han otorgado tres importantes premios: el Primer Premio Nacional de Licenciatura del Ministerio de Educación (especialidad de Filosofía), el Premio Especial de Licenciatura de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense (2003) y el Premio Especial de Doctorado en Filosofía de la Universidad Complutense (2008-2009) ¿qué han supuesto para ti estos reconocimientos?
Bien, pues en honor a la verdad, fue bastante gratificante. No sé si yo habré sido el más inteligente, el más brillante o el más creativo de mi promoción, ni de mi generación. No puedo atreverme a afirmar ninguna cosa semejante. Antes bien, recuerdo a compañeros míos de estudios muy brillantes, pero que por las circunstancias que fueran (ya sea porque en su familia había problemas, o atravesaban ellos mismos problemas personales; o porque no tenían dinero y se tenían que costear sus estudios trabajando en un horario laboral inhumano; o porque compartían piso con un montón de gente o vivían en una residencia muy ruidosa y no tenían dónde poder concentrarse tranquilamente…) hicieron sus estudios malamente como pudieron; y algunos, incluso, ni siquiera los terminaron, sino que abandonaron por el camino. Pero el hecho es que, como estudiante, me dejé la piel en mis estudios de Filosofía; y a todos nos gusta que nos reconozcan nuestro esfuerzo. Luego, además, a veces haber recibido esas distinciones me ha ayudado para mi vida profesional. Aunque tal vez menos que lo que se podría imaginar; y a la hora de abrirse camino en el mundo universitario, son otro tipo de cosas las que más cuentan…
«el hecho es que, como estudiante, me dejé la piel en mis estudios de Filosofía; y a todos nos gusta que nos reconozcan nuestro esfuerzo»
– Has sido profesor en diferentes universidades españolas, como la Universidad Europea de Madrid, la Universidad de Extremadura o la Universidad de La Rioja, ¿cómo es la relación con tus alumnos y qué buscas transmitir en cada clase?
Son tres universidades muy diferentes, sobre todo la Europea de Madrid (ya que ésta es un centro privado, mientras que las otras dos son públicas); además, inicié mi andadura profesional en ellas en una época en que la institución universitaria experimentaba fuertes y rápidos cambios, en España y en toda Europa; así que, como es lógico, la experiencia y la relación con los alumnos fue muy distinta en cada caso. En Extremadura, trabajé en un Departamento de Historia del Arte y Geografía; los nuevos Grados del EEES todavía estaban empezando, y aún quedaban licenciaturas antiguas en marcha. Todos, profesores y alumnos, teníamos muchas incógnitas respecto a cómo las novedades se iban a poner en práctica, había un poco de desconcierto… En general, encontré allí una audiencia receptiva y también comprensiva y tolerante hacia mi poca experiencia (además de ser mi primera docencia, impartí allí asignaturas que yo mismo jamás había cursado en mi itinerario universitario, pues no existían entonces como tales). La Europea de Madrid es muy distinta; allí la relación alumnos-profesor tiene algo de… cómo decirlo, de «colegial»; no hay más que ver el Plan de Acción Tutorial en que involucran a sus docentes, donde éstos tienen que rendir cuentas ante los padres de los alumnos. Cuando empecé a trabajar allí, el centro había cambiado de propietarios no hacía mucho tiempo; a las (pocas) asignaturas de filosofía que allí se impartían, se le había dado una orientación distinta (a modo de barniz humanístico para un centro ya totalmente orientado a producir titulados en carreras de las denominadas «profesionalizantes»); y en el momento en que yo llegué, se notaba que tenían muy poco claro qué querían hacer con esas asignaturas, lo cual no facilitaba nada mi tarea. Mi materia tenía poco peso en la Facultad donde la impartí, que no era de carácter humanístico para nada, y mi audiencia era muy poco receptiva. Les interesaba poco el contenido de mi asignatura (la veían como un cuerpo extraño a su plan de estudios), y en general, todo lo que tuviera que ver con las Humanidades, o que no tuviese una relación obvia y directa con su carrera, su profesionalización, su empleabilidad. Además, estaban acostumbrados a obtener notas altas con cierta facilidad, y se irritaban mucho si eso no sucedía. Posteriormente, en la Universidad de la Rioja (me refiero a la pública; no he trabajado nunca en la UNIR, que es privada), mi área científica se incluía en un departamento de carácter muy interdisciplinar. Un departamento donde, respondiendo a las dimensiones modestas de la Universidad, se había concentrado a muchas áreas de disciplinas humanísticas, pero en realidad muy diversas entre sí; y eso en cierto sentido tenía ventajas. Pero también me planteó dificultades, pues tenía que impartir clase a cuatro o cinco titulaciones distintas y, según el credo de los ideólogos del EEES en España, supuestamente debía adaptar mi asignatura a los intereses profesionales e intelectuales propios de mis estudiantes. Lo cual es bien difícil con titulaciones tan dispares, más aún si encima los alumnos están concentrados en grupos masivos donde se entremezclan estudiantes de todas esas titulaciones; y no digamos ya si a los estudiantes se les adoctrina en la idea falsamente «profesionalista» de que lo que no sirva claramente para el futuro profesional correspondiente a su titulación está de sobra (con independencia de que, a la hora de la verdad, se diseñen los planes de estudio conforme a ello o no se haga así; y sin entrar en la cuestión de si es deseable o siquiera posible mantener esa idea). Con lo cual, los estudiantes a veces traen expectativas previas que no les hacen nada receptivos.
«a los estudiantes se les adoctrina en la idea falsamente «profesionalista» de que lo que no sirva claramente para el futuro profesional correspondiente a su titulación está de sobra (…) Con lo cual, los estudiantes a veces traen expectativas previas que no les hacen nada receptivos»
Yo por mi parte, y con independencia de la situación, lo que he intentado siempre transmitir a los alumnos es lo apasionante que puede ser mi materia; la aventura intelectual que implican incluso los desarrollos conceptuales aparentemente más abstractos y abstrusos; el hallazgo que se oculta tras nociones aparentemente obvias. Y lo he intentado transmitir siempre en y a través de los propios contenidos de mi asignatura; porque de éstos es de lo que se trata (es decir, que soy lo que los pedagogos actuales llaman, con desdén, un «esencialista pedagógico»). Y no a pesar, en contra de, o indiferentemente a dichos contenidos, como parecen estar empeñados en pensar los teóricos de la «revolución pedagógica» del EEES, que parecen creer que los contenidos y su transmisión son lo de menos, dado que, según ellos, supuestamente andan flotando por ahí en alguna nube del espacio virtual, fácilmente accesibles ya de antemano para cualquiera en el ciberespacio. Ellos presuponen que esos contenidos, tomados en sí mismos, carecen de capacidad para suscitar ningún interés, y que, por tanto, la tarea de la enseñanza consiste en utilizar alguna artimaña metodológica, sazonada con ingredientes tecnológicos, para intentar atraer a los alumnos, a su pesar, hacia esos supuestamente antipáticos contenidos (y por ello, afirman que todo aquél docente que no emplee tales tácticas anda repitiendo lo mismo que ya hacían los copistas de los monasterios medievales o los Dozenten de las universidades alemanas de inicios del XIX en sus Vorlesungen, leídas literalmente de un papel de cabo a rabo; con lo que su docencia resultaría superflua, además ser él mismo un mal profesional, carente de ética).
«lo que he intentado siempre transmitir a los alumnos es lo apasionante que puede ser mi materia; la aventura intelectual que implican incluso los desarrollos conceptuales aparentemente más abstractos y abstrusos; el hallazgo que se oculta tras nociones aparentemente obvias»
– ¿Qué consecuencias crees que tiene para la sociedad la sucesiva eliminación de las humanidades en el sistema de educación pública?
Pues ¡qué quieres que te diga!; evidentemente, creo que tiene consecuencias nefastas. Creo que el tópico de que un pueblo más ignorante es también un pueblo más manipulable, no por ser tópico es menos verdadero (aunque por otra parte, también soy escéptico hacia la presunción de que el conocimiento sea suficiente para hacernos libres, o de que el saber histórico vacune contra los errores cometidos en el pasado: baste mirar los movimientos neonazis en Alemania y Austria, donde, más que menos, llevan desde la post-guerra machacados por el peso de su propio pasado, intentando rumiarlo). Esta eliminación de las disciplinas de Humanidades es un corolario del modo de pensar que se ha hecho dominante hace tiempo, y que algunos vinculan con el neo-liberalismo económico: lo que no rinda dividendos, es perjudicial para la sociedad y no tiene razón de ser, de modo que es un lujo costoso o una veleidad perjudicial, y debe desaparecer. En el caso particular de la Filosofía, este modo de pensar se ha convertido en una verdadera campaña de descrédito a nivel social, político e institucional («¿Pero a qué es a lo se dedican esos señores, los profesores de Filosofía, y para qué sirven?»), que me temo ha arraigado en amplios sectores de la opinión pública. Y esto no se arregla con buscarle a la Filosofía una especie de justificación a tono con las exigencias del momento. Es precisamente así como se ha «patrimonializado» la Historia del Arte, llevándola a los terrenos propios de los estudios de Turismo y Gestión Cultural. Y así se ha querido también justificar la persistencia residual de la Filosofía a nivel institucional y educativo, sosteniendo que su importancia consiste en que «inculca valores» o en que «sirve para fomentar el pensamiento crítico» (lo cual implica una preconcepción muy particular, más bien chata y bastante interesada, de qué son los «valores» y en qué consiste el «pensamiento crítico»). Todo eso no son más que cuentos de caminos: la Filosofía no consiste en ninguna de esas dos cosas. Cuestión distinta es que ahora interese reciclar a unos señores que parecen haber quedado sin función útil, para que desempeñen estos roles. También es cierto que la Filosofía (si uno no entiende por tal cualquier cosa; a diferencia de cuando se usa «filosofía» como sinónimo de la noción más vaga de «pensamiento», por ejemplo, al hablar de «pensamiento oriental», «pensamiento maya», etc., donde se está hablando de algo distinto…) es una formación cultural y discursiva muy particular, que no siempre ha existido, ni necesariamente continuará existiendo siempre. La filosofía es algo que surgió y se desarrolló en unas condiciones materiales y culturales peculiares, que la hicieron posible; esas condiciones podrían estar desapareciendo ahora, y con ellas, bien podría desaparecer la Filosofía.
«Esta eliminación de las disciplinas de Humanidades es un corolario del modo de pensar que se ha hecho dominante hace tiempo, y que algunos vinculan con el neo-liberalismo económico: lo que no rinda dividendos, es perjudicial para la sociedad y no tiene razón de ser, de modo que es un lujo costoso o una veleidad perjudicial, y debe desaparecer. En el caso particular de la Filosofía, este modo de pensar se ha convertido en una verdadera campaña de descrédito a nivel social, político e institucional»
– Perteneces al comité editorial de la Revista de Filosofía Bajo Palabra desde 2009, ¿cómo se orienta la revista y a qué público va dirigida? ¿falta difusión de la filosofía para público no especializado?
La Revista Bajo Palabra surgió como iniciativa de un grupo de estudiantes, mayormente de la Universidad Autónoma de Madrid, que eventualmente se constituyeron en la Asociación a la que está vinculada la Revista. Ésta tomo así un carácter más formal, en su Segunda Época, y se convirtió en una revista propiamente académica, que cumple todos los requisitos formales de rigor que hoy se exigen a este tipo de publicaciones, y que poco a poco está consiguiendo establecerse en los índices internacionales de calidad de revistas científicas; en buena parte gracias al esfuerzo de Delia Manzanero, que hoy continúa dirigiéndola, y de los colaboradores del equipo editorial, entre los que me cuento. Su temática es principalmente filosófica, con alcance general, por lo que acoge aportaciones de todas las disciplinas de la Filosofía, y de todas las corrientes (tanto las «analíticas» como las «continentales», si se quiere usar esta distinción); y así, el índice de contenidos cambia mucho de un número a otro. Pero además, desde el comienzo ha tenido una vocación interdisciplinar, de modo que ha acogido también trabajos sobre diversos campos de Ciencias Sociales y Humanidades; la única condición es que tengan un enfoque de cierto calado teórico, y que cumplan unos estándares de calidad exigidos. Cierto es que también refleja las diversas inquietudes de los que estamos vinculados a su equipo editorial: Delia Manzanero, por ejemplo, es especialista en Filosofía Jurídica, y otros miembros trabajan temas de Pensamiento Español; de modo que tienen muchos contactos en esas áreas científicas, por lo que recibimos muchas propuestas de publicaciones sobre esos temas. Yo, por mi parte, a veces he elaborado y publicado ahí traducciones de trabajos de temática estética de autores que, por su calidad, creí que merecía la pena acercar a los lectores de lengua española. En cuanto al lector al que nos dirigimos, es un lector de intereses amplios y diversos; aunque hay que decir que se dirige a un público académico o universitario, más bien que al gran público general, ya que no es una revista de divulgación, ni una revista cultural de tipo general, «de quiosco», sino una revista científica, ligada al medio universitario.
En cuanto a las publicaciones divulgativas sobre filosofía para el público general, como haberlas, sí que las hay, pero lo poco que conozco de ellas no es muy esperanzador. En general, parecen traslucir una especie de confusión entre filosofía y temas paranormales, o misticismos orientales mal asimilados por un público occidental, o una indebida identificación de la filosofía con cierto tipo de idearios «humanistas» de implicaciones ideológicas muy particulares.
«La Revista Bajo Palabra (…) desde el comienzo ha tenido una vocación interdisciplinar, de modo que ha acogido también trabajos sobre diversos campos de Ciencias Sociales y Humanidades»
– Obtuviste una beca para estudiar en la Johns Hopkins University de Baltimore (Maryland, U.S.A) durante 9 meses, ¿cómo fue para ti esta experiencia?
Fue una experiencia muy peculiar: difícil al principio, pues Baltimore es una ciudad «dura», oscura, de fuertes contrastes sociales, conflictos raciales y cierta peligrosidad (en tiempos, encabezó el ranking de las ciudades más peligrosas de EE.UU., hasta que otras le arrebataron el dudoso privilegio). Y eso se notaba: había una cierta hostilidad ambiental… También me chocó la ritualidad del medio académico anglosajón en las relaciones con los profesores, las diferencias jerárquicas entre los alumnos de diversos niveles (donde sería difícil ver a un graduate student conversando de tú a tú con un undegrad, o a un sophomore perdiendo el tiempo con un novato; cada cual a lo que aspira, en todo caso, es a intentar relacionarse con el nivel jerárquico superior, con vistas a entrar en él…). Son cosas que entonces en la universidad española no había (me temo que también aquí el EEES ha contribuido a introducir algo parecido). Pero tenía que ir allí: mi tesis la escribí sobre un historiador y crítico que es uno de los más egregios profesores de la Johns Hopkins University de Baltimore; así que estando allá, pude conocerle en persona y verle en acción, y eso me vino muy bien. También en el lado positivo, las bibliotecas de allá tienen un equipamiento que está a años luz de avanzado; era realmente confortable trabajar en ellas, y yo pasaba mis días ahí metido. Al ladito del campus de Hopkins estaba el Museo de Bellas Artes de Baltimore, con la impresionante colección de Matisse de las hermanas Cone. También encontré interesante la escena musical de la ciudad (donde está el Peabody Conservatory, uno de los mejores del país, además de varias universidades públicas y privadas con sus programas de estudios de música, y eso se nota…). Había un sitio llamado An die Musik, con un programa de conciertos de jazz a la altura de muchos festivales europeos, incluyendo propuestas arriesgadas y de vanguardia; un auditorio con una orquesta sinfónica excelente, y conciertos a precios asequibles para estudiantes; un teatro de ópera… Hay allí una escena importante de música experimental y de libre improvisación, en torno a una asociación que tiene un local (la «Red Room») en la trastienda de una librería, y que organiza un importantísimo festival internacional anual. Y los legendarios estudios de grabación Orion, que ofrecen conciertos de rock progresivo y de vanguardia internacional, con la presencia del sello Cuneiform Records, que tiene su sede cerca, así que se veía al director del sello por ahí a menudo. En cambio, me llamó la atención el desconocimiento que reina allí de la música clásica de vanguardia europea: pocos saben quién es Helmut Lachenmann, y a Pierre Boulez sólo lo conocen como director de orquesta; te hablo de gente universitaria, con inquietudes, que en cambio, suelen tener gran familiaridad con el cine de vanguardia, la performance, el arte europeo reciente, o el jazz de vanguardia americano; así que no es por mera falta de interés personal por lo que desconocen otras cosas. Allí esa música hoy día apenas se interpreta; no es extraño que la gente no la conozca.
«me chocó la ritualidad del medio académico anglosajón en las relaciones con los profesores, las diferencias jerárquicas entre los alumnos de diversos niveles»
– Viajas con frecuencia a Berlín, ciudad en la que también has vivido por una estancia post-doctoral en el Kunsthistorisches Institut de la Freie Universität ¿qué significa para ti esta ciudad y qué te aporta?
Berlín es una ciudad muy importante para mí. Académicamente, para cuando obtuve la beca que me hizo posible la estancia, ya era un poco tarde: la gente que había estado allí investigando sobre el tema de mi interés (mayormente vinculados a un grupo de investigación francés, con un proyecto internacional financiado) habían terminado ya su período de trabajo y se habían ido. No obstante, yo me dediqué a lo mío: aproveché los fondos de la biblioteca de la Universidad Humboldt, que por su antigüedad posee colecciones completas de fondo antiguo de los autores y temas que yo trabajo. También aproveché para frecuentar algunos seminarios que me interesaron y les saqué partido. Más allá de lo académico, la importancia de Berlín para el mercado internacional de las artes plásticas es conocida desde los años 90; pero quizá no todo el mundo sea consciente del enorme centro para las artes escénicas que es esa ciudad: cuatro teatros de ópera, varios teatros dedicados a ofrecer un programa internacional de avanzada (además del teatro contemporáneo típico que se hace allí, que a mí me decepciona un poco, pues me parece algo narcisista, chillón y presa de ciertos manierismos), diversos festivales… Sobre todo, tuve la oportunidad única de descubrir la impresionante escena de música experimental berlinesa, que algunos llaman Echtzeitmusik (aunque muchos de sus miembros negarán que exista una tal «escena», por temor a que les encasillen; pues en efecto, no se trata de ninguna corriente estilística en particular, sino que es una comunidad de artistas vinculados por intereses compartidos, dentro de la cual reina la mayor pluralidad). Que nadie se confunda: no se trata de la conocida escena del Techno berlinés, que nada tiene que ver; aunque algunos artistas muy conocidos de esa otra escena sí tienen vínculos con la comunidad de la Echtzeitmusik, como también lo tienen algunas conocidas figuras del Free-Jazz berlinés, que, de nuevo, es otra cosa muy distinta. Un aspecto muy señalado de esa escena es el liderazgo femenino; muchas de las figuras más renombradas son mujeres; a diferencia, por ejemplo, de la escena del jazz de vanguardia, que sigue dominada en general por figuras masculinas. Yo creo que he conocido esa escena quizá en uno de sus últimos momentos de expansión y esplendor, porque las condiciones de vida en Berlín están cambiando, y es posible que en poco tiempo esa escena desaparezca, o que tenga que trasladarse a otro lugar.
«tuve la oportunidad única de descubrir la impresionante escena de música experimental berlinesa. (…) Yo creo que he conocido esa escena quizá en uno de sus últimos momentos de expansión y esplendor, porque las condiciones de vida en Berlín están cambiando, y es posible que en poco tiempo esa escena desaparezca, o que tenga que trasladarse a otro lugar.»
– Habiendo asistiendo a la vida cultural en todas sus manifestaciones -arte contemporáneo, música, artes escénicas- de cada país en el que has estado, ¿cómo es tu visión de la escena internacional en las artes?
Pues eso depende. Depende, sobre todo, de qué disciplina o práctica artística hablemos. Es un panorama muy complejo y también muy variado; aunque, dentro de esa variedad, es casi obvio que hay dos niveles: un nivel de lo mainstream, de las tendencias predominantes, que a través de una fuerte presencia en la escena y un acaparamiento de los medios de difusión y de los canales comerciales y oficiales, ocupan casi totalmente los gustos y preferencias del público mayoritario. Dentro de esto, hay ámbitos (como el de la música o el del cine) donde el mainstream se compone mayormente de producciones industriales, de carácter y finalidad claramente comercial, realizadas siguiendo unas claras líneas de marketing.; mientras que en otras prácticas artísticas, incluso en el mainstream, este carácter comercial de masas, sin que por ello deje de existir en cierto modo, no es tan obvio. Y junto al anterior nivel del mainstream, hay otro nivel de lo independiente, underground o como se lo prefiera llamar, que se desarrolla de forma mucho menos visible, con poco o casi ningún apoyo mediático e institucional, escaso impacto comercial, y que es prácticamente desconocido para los grandes públicos (téngase en cuenta, para evitar equívocos, que esta contraposición mainstream/underground no coincide con la ya trasnochada contraposición entre popular culture (o midbrow) y high culture, aunque pueda parecerse a ella). Creo que, a grandes rasgos, las cosas vienen a funcionar de este modo para el conjunto del arte actual desde hace ya muchas décadas. Pero sería necesario matizar y distinguir, porque en cada práctica o disciplina artística las cosas funcionan de un modo algo distinto.
– Y en particular ¿cuál es en tu opinión sobre el estado del arte contemporáneo actual?
En las llamadas artes visuales o plásticas, en general veo una escena muy sometida a las presiones del mercado internacional del arte, al mandato de las grandes bienales y de los comisarios de exposición estrella y de las instituciones artísticas, y a ciertos discursos teóricos imperantes, muy oficiales y oficiosos, por más que a veces se pretendan «críticos» (no es de extrañar que una variante de arte conceptual, el de «crítica institucional», sea tan preponderante: es el tipo de arte que puede entusiasmar a comisarios y conservadores de museos). Es una escena muy intelectualizada, pero al mismo tiempo bastante comercializada, porque aquí el mercado del arte es un factor determinante; una escena donde hay mucha pose y mucho divismo, en parte porque es imprescindible para los artistas nuevos desarrollar esas habilidades para llamar la atención en el mercado artístico internacional. Pero, como decía antes, junto a la escena mainstream hay también otra escena menos domesticada, donde puede haber más honestidad artística, con independencia de que la calidad mayor o menor de lo que en cada artista y caso particular se presenta.
«veo una escena muy sometida a las presiones del mercado internacional del arte, al mandato de las grandes bienales y de los comisarios de exposición estrella y de las instituciones artísticas, y a ciertos discursos teóricos imperantes, muy oficiales y oficiosos, por más que a veces se pretendan «críticos» (no es de extrañar que una variante de arte conceptual, el de «crítica institucional», sea tan preponderante: es el tipo de arte que puede entusiasmar a comisarios y conservadores de museos).»
«junto a la escena mainstream hay también otra escena menos domesticada, donde puede haber más honestidad artística, con independencia de que la calidad mayor o menor de lo que en cada artista y caso particular se presenta.»
– Hablas y escribes con fluidez en cuatro idiomas: inglés, francés, alemán e italiano ¿se transforma el pensamiento con cada lengua?
Bueno… hablo y escribo con mayor fluidez en unos idiomas que en otros, dependiendo de si he estado recientemente en el país en cuestión, o si estoy realizando algún curso de mantenimiento, etc. El caso es que sí: hay ideas que son muy sencillas de formular en un idioma y para decir eso mismo en otro hace falta dar muchos más rodeos, o no existe una expresión que corresponda exactamente, y es necesario tirar de paráfrasis. Y desde luego, salvo para quienes son bilingües de nacimiento o desde la infancia, o casi, pensar en la lengua nativa se hace con mayor fluidez y naturalidad. Con las lenguas aprendidas, hay que lidiar y luchar con/contra ellas; y cuando deja de ocurrir así, supongo que es señal de que uno se ha vuelto bilingüe. Al menos esta es la impresión que yo tengo, aunque no es algo que a mí me haya sucedido todavía (es decir, que no soy bilingüe en ninguna de las lenguas extranjeras que he aprendido).
– Has realizado servicios de traducción alemán-español para el Goethe Institut Madrid, la Fundación Oteiza de la Universidad Pública de Navarra, y el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid ¿se siente un peso extra de responsabilidad al trabajar con estas instituciones?
Pues sí; pero no ya solamente por el hecho de que sean las instituciones que son, sino porque es un trabajo que, si luego se va a publicar y muchos lo van a ver, leer, consultar, o van a tener que usarlo para desempeñar su propio trabajo (como sucede, por ejemplo, con el texto de un catálogo de exposición o con un artículo de revista científica que uno ha traducido), va a ponerse en juego tu capacidad, va a estar a la vista de todos para ser juzgada (inclusive a la vista de lectores muy exigentes), y hay quien va a depender de que sepas hacer bien tu trabajo para poder hacer bien el suyo. Esto lo he tenido también presente cuando he traducido textos por iniciativa personal para la propia revista que yo codirijo, que no tiene quizá la envergadura institucional del Museo Thyssen ni del Goethe Institut, y que yo mismo tuve la iniciativa de traducir sin que nadie me remunerase por ello (ya que, al igual que la labor de realizar la propia revista, se trata de ofrecer un servicio a la comunidad académica, por el que no cobra un duro ninguno de los implicados).
«hay quien va a depender de que sepas hacer bien tu trabajo para poder hacer bien el suyo»
– Los conciertos, las artes escénicas, el cine y las exposiciones copan todo tu tiempo libre, ¿cómo eliges qué ver en cada momento? ¿cuáles son los artistas de referencia para ti en este momento?
Bueno, tengo prioridades, naturalmente. Puesto que, por diversas razones, me siento especialmente comprometido con la música, y dentro de ella, con la música de vanguardia (si aceptamos ese término), pues eso es lo que va en primer lugar. Ya te hablé antes de mi experiencia berlinesa; no es extraño que algunos de los artistas que más aprecio ahora sean de allá, como Andrea Neumann, Christian Kesten, Thomas Ankersmith, Brian Eubanks o Lucio Capece (estos dos últimos vienen de fuera, pero están establecidos allí); también en Berlín hay otra serie de proyectos interesantes, con músicos como Kalle Kalima, Tony Buck, Markus Pessonen, etc. Peter Ablinger es un compositor austríaco, que a veces me resulta muy interesante. Un grupo de rock que he visto repetidas veces y me ha causado impresión es Secret Chiefs III; también me impresionaron Zu, Meshuggah y Dillinger Escape Plan, así como varios grupos franceses como Poil o Ni, algunos de los cuales están vinculados al sello Dur et Doux. He solido seguir las coreografías que han ido estrenando Sasha Waltz o Toula Limnaios, por ejemplo. En teatro, Krystian Lupa, que murió hace poco, era uno de los directores de escena más interesantes de la actualidad; también me sorprendió lo que he visto del Natural Theatre of Oklahoma, del Vivarium Theatre de Philippe Quesne, o de Teatr Zar, tres compañías muy actuales, aunque no podrían estar estéticamente más en las antípodas unas de otras. Recientemente vi un montaje de Blick Theatre (una compañía francesa, de Toulouse) y me pareció formidable. Esto, sólo por mencionar unos pocos nombres que me vienen ahora un poco al acaso; porque tu pregunta es un poco enorme; no me siento capaz de sintetizar el liderazgo creativo actual en las escenas de todas las prácticas artísticas con una lista de unos pocos nombres. Quizá me falte perspectiva; o quizá sea hoy más difícil que en otras épocas lograr tenerla, porque hay mucho de todo, tanto cosas relevantes como irrelevantes, y es casi imposible asimilarlo todo.
«me siento especialmente comprometido con la música, y dentro de ella, con la música de vanguardia»
– ¿Qué proyectos te gustaría realizar en el futuro?
No sé; últimamente hay gente intentando persuadirme de que me meta a organizador de algún ciclo de conciertos de música de vanguardia en la ciudad en que vivo actualmente. Tal vez lo hiciera si se dieran la ocasión y las circunstancias. Pero hoy por hoy no termino de verlo claro; y además, me falta experiencia como organizador, tarea que imagino bastante compleja. Tengo cierta experiencia de tipo algo similar, participando como organizador de algún congreso académico; por eso, sé que es una labor difícil, que es necesario hacer en equipo, contando con otras personas que tengan un saber hacer o habilidades en los otros aspectos más «técnicos» (de coordinación, de gestión económica, etc.), que a mí me son totalmente ajenos. He conocido a muchos que se han metido a organizadores vocacionalmente, y han terminado frustrados, estropeando su relación con sus colaboradores, o con los artistas a quienes involucraban, porque a veces las cosas no salían del modo esperado; o incluso, llegando a perder mucho dinero que ellos pusieron de su propio bolsillo para que pudieran salir adelante sus proyectos. También hay quienes reciben una formación académica y profesionalizante en gestión cultural, y gracias a ello conocen bien esos otros aspectos que yo antes he llamado «técnicos» (organizativos, económicos…); pero a veces ese tipo de gente con formación especializada, el aspecto en el que andan luego más flojos es, precisamente, el más propiamente «cultural» o «artístico» del asunto, porque la formación que reciben es casi puramente gestocrático-empresarial… y a veces, por desgracia, también sus intereses e inquietudes personales se limitan a ese aspecto: son «gestores culturales sin cultura». Por no hablar de las muchísimas veces que los organizadores (ya tengan o no tengan formación especializada) se ven involucrados en proyectos donde se espera de ellos, bajo el pretexto de que la actividad que realizan es «vocacional» y de que se les ofrece una ocasión supuestamente extraordinaria de ejercerla, que trabajen casi de gratis, en precarias condiciones, y sin contar con el necesario apoyo organizativo o de medios: es decir, que se les explota flagrantemente. Yo, por mi parte, estaría en condiciones de aportar a un proyecto de gestión cultural u organización de eventos mis contactos con artistas y mi conocimiento de primera mano de un cierto número de escenas y de tendencias; pero eso sí, lo mío no es la gestión económica, ni la logística. Y en todo caso, de involucrarme en ese tipo de labor, tendría que ser en un área que me sea afín y que conozca, sobre un tema o asunto que me estimule. No me metería a «gestor» de eventos de cualquier tipo, así en plan genérico y técnico, salvo que se diera una ocasión y circunstancias bien apropiadas; es decir, si alguien me hiciera una propuesta laboral sólida para trabajar con una cierta remuneración e integrado en un equipo: entonces sí lo consideraría seriamente. En fin, ya se verá si surge algo de eso…
«los organizadores (ya tengan o no tengan formación especializada) se ven involucrados en proyectos donde se espera de ellos, bajo el pretexto de que la actividad que realizan es «vocacional» y de que se les ofrece una ocasión supuestamente extraordinaria de ejercerla, que trabajen casi de gratis, en precarias condiciones, y sin contar con el necesario apoyo organizativo o de medios: es decir, que se les explota flagrantemente.»
«estaría en condiciones de aportar a un proyecto de gestión cultural u organización de eventos mis contactos con artistas y mi conocimiento de primera mano de un cierto número de escenas y de tendencias. (…) si alguien me hiciera una propuesta laboral sólida para trabajar con una cierta remuneración e integrado en un equipo: entonces sí lo consideraría seriamente.»
– Un sueño que te gustaría se hiciera realidad
Conseguir trabajo estable en algo que me guste y para lo que me sienta capacitado, en un lugar donde me sienta bien, y de modo que pueda ganarme la vida y asentar un poco mis reales. Creo que, hoy por hoy, esto es un sueño muy difícil de alcanzar para muchísima gente. Por desgracia.
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